Agradecida a Ángel por sus palabras, y por más cosas que él sabe. Gracias por estar a mi lado.
Para principios del pasado año 2012 me parecía ya mucho lo que
yo había oído hablar de Noelia Illán, pero en realidad ese mucho
era muy poco y muy disperso como para poder, atando cabos,
hacerse una idea cabal de esa persona, de cómo y de quién era,
de qué hacía, de qué aspecto tenía o cómo se comportaba. Ni
siquiera algunas fotos en facebook, de actos a los que yo no
había podido asistir, me llegaban para ponerle en mi imaginación
movimiento y voz a asas imágenes, para ponerle al brillo de esos
ojos matices verdaderos, esos que van cambiando según nos dé
la luz en ellos a lo largo del día. Y opiniones, sobre todo
opiniones, no diré que opuestas o contrapuestas, porque estaría
faltando a la verdad —y desde que en noviembre cumplí los 39,
me hice la firme promesa de remediar ese pequeño defecto mío,
el de faltar a la verdad a veces, o no decirla toda, que casi viene a
ser lo mismo—... Bien, decía que también (como es obvio,
puesto que en poesía casi siempre somos pocos y a veces peor
que mejor avenidos --y esto es algo que pasa en todas partes, de
España, de Norteamérica y del resto del extranjero, que conozco
bastante menos pero me imagino muy similar), decía, repito, que
también había oído opiniones acerca de la obra o la persona, o
relatos de ésta o aquella anécdota, en las que ella era personaje
secundario para mi interlocutor o interlocutora del momento,
pero para mí, desde que se mencionaba su nombre, el resto
dejaba de importar y mi memoria se esforzaba por conservar los
pocos datos que tuvieran relación directa con ese personaje
secundario. (Haré un pequeño excursus: como saben todas y
todos los que me conocen, ser enormemente cotilla es otro de
mis pequeños defectos, pero éste no me toca hacer la firme
promesa de remediarlo hasta que cumpla los 40). Fin del
excursus, y vamos a lo importante: todo ese estado de cosas,
todo ese comecome y regomello mío con la identidad real de
Noelia Illán, iba a solucionarse muy pronto, porque bien entrada
la primavera del pasado año, en mayo concretamente, aparecía
en el número 30 de la revista digital El Coloquio de los Perros un
poema suyo de este libro, Vocabulario mínimo, y además, el
viernes 11 de ese mismo mes de mayo la Asociación Diván, con la
que colaboro casi desde sus inicios, había organizado una
presentación de este su primer libro, Calamidad y desperfectos.
Era en realidad la segunda, porque un par de meses antes (el
viernes 9 de marzo, creo) había tenido lugar una presentación
del mismo también en Cartagena, pero en la Biblioteca Rafael
Rubio de Los Dolores.
En esa presentación organizada por la Asociación Diván en la
librería Ler (que estaba situada entonces en la Plaza Castellini, no
al principio de la calle del Carmen, donde se encuentra ahora),
decía que en esa presentación fue donde tuve la oportunidad de
conocer al terremoto que veis sentada aquí a mi lado, o quizás
debería decir al huracán, primero porque los americanos, que
para esto son tan suyos como para casi todo lo demás, le ponen
nombre de mujer a la mayoría de los huracanes que cada año
azotan con mayor o menor impacto sus costas, y segundo
porque, para bien o para mal, huracán y no terremoto es lo que
rima con Illán. La impresión en aquel primer encuentro fue
buena o muy buena, y ha ido yendo a muchísimo mejor —yo
diría que irremediablemente— conforme han ido pasando los
meses y hemos ido encontrándonos en actos, tomándonos
cervezas en las barras o fumando en la calle juntos... Y si la
impresión física fue buena, debo decir que la literaria también.
yo había oído hablar de Noelia Illán, pero en realidad ese mucho
era muy poco y muy disperso como para poder, atando cabos,
hacerse una idea cabal de esa persona, de cómo y de quién era,
de qué hacía, de qué aspecto tenía o cómo se comportaba. Ni
siquiera algunas fotos en facebook, de actos a los que yo no
había podido asistir, me llegaban para ponerle en mi imaginación
movimiento y voz a asas imágenes, para ponerle al brillo de esos
ojos matices verdaderos, esos que van cambiando según nos dé
la luz en ellos a lo largo del día. Y opiniones, sobre todo
opiniones, no diré que opuestas o contrapuestas, porque estaría
faltando a la verdad —y desde que en noviembre cumplí los 39,
me hice la firme promesa de remediar ese pequeño defecto mío,
el de faltar a la verdad a veces, o no decirla toda, que casi viene a
ser lo mismo—... Bien, decía que también (como es obvio,
puesto que en poesía casi siempre somos pocos y a veces peor
que mejor avenidos --y esto es algo que pasa en todas partes, de
España, de Norteamérica y del resto del extranjero, que conozco
bastante menos pero me imagino muy similar), decía, repito, que
también había oído opiniones acerca de la obra o la persona, o
relatos de ésta o aquella anécdota, en las que ella era personaje
secundario para mi interlocutor o interlocutora del momento,
pero para mí, desde que se mencionaba su nombre, el resto
dejaba de importar y mi memoria se esforzaba por conservar los
pocos datos que tuvieran relación directa con ese personaje
secundario. (Haré un pequeño excursus: como saben todas y
todos los que me conocen, ser enormemente cotilla es otro de
mis pequeños defectos, pero éste no me toca hacer la firme
promesa de remediarlo hasta que cumpla los 40). Fin del
excursus, y vamos a lo importante: todo ese estado de cosas,
todo ese comecome y regomello mío con la identidad real de
Noelia Illán, iba a solucionarse muy pronto, porque bien entrada
la primavera del pasado año, en mayo concretamente, aparecía
en el número 30 de la revista digital El Coloquio de los Perros un
poema suyo de este libro, Vocabulario mínimo, y además, el
viernes 11 de ese mismo mes de mayo la Asociación Diván, con la
que colaboro casi desde sus inicios, había organizado una
presentación de este su primer libro, Calamidad y desperfectos.
Era en realidad la segunda, porque un par de meses antes (el
viernes 9 de marzo, creo) había tenido lugar una presentación
del mismo también en Cartagena, pero en la Biblioteca Rafael
Rubio de Los Dolores.
En esa presentación organizada por la Asociación Diván en la
librería Ler (que estaba situada entonces en la Plaza Castellini, no
al principio de la calle del Carmen, donde se encuentra ahora),
decía que en esa presentación fue donde tuve la oportunidad de
conocer al terremoto que veis sentada aquí a mi lado, o quizás
debería decir al huracán, primero porque los americanos, que
para esto son tan suyos como para casi todo lo demás, le ponen
nombre de mujer a la mayoría de los huracanes que cada año
azotan con mayor o menor impacto sus costas, y segundo
porque, para bien o para mal, huracán y no terremoto es lo que
rima con Illán. La impresión en aquel primer encuentro fue
buena o muy buena, y ha ido yendo a muchísimo mejor —yo
diría que irremediablemente— conforme han ido pasando los
meses y hemos ido encontrándonos en actos, tomándonos
cervezas en las barras o fumando en la calle juntos... Y si la
impresión física fue buena, debo decir que la literaria también.
Ella se gasta un desparpajo que me encanta, porque muchas
veces estos actos —aunque nosotros intentemos lo contrario—
quedan bastante encorsetados, pero en medio (y detrás, y
delante) de ese desparpajo y de esa forma tan llana de contar y
de leer, yo prestaba atención y oía latir el corazón de una poeta
que parecía usarlo para camuflar su propio miedo escénico (y sé
de lo que hablo, porque llevo 25 años subiéndome a escenarios o
poniéndome detrás de mesas para leer, y cada vez sigo estando
tan nervioso e inseguro como la primera, y se me seca la boca, y
me equivoco a veces, en fin, que nada de eso me es ajeno ni se
me escapa cuando lo veo en otros colegas de vocación o de
oficio o como prefiráis llamarlo). Repito, la impresión literaria fue
también positiva o bastante positiva en ese primer contacto,
pero fue mucho mejor incluso cuando tuve en las manos este
ejemplar del libro, que ella dedicó al Diván en aquel acto, y no ha
dejado de crecer desde entonces...
veces estos actos —aunque nosotros intentemos lo contrario—
quedan bastante encorsetados, pero en medio (y detrás, y
delante) de ese desparpajo y de esa forma tan llana de contar y
de leer, yo prestaba atención y oía latir el corazón de una poeta
que parecía usarlo para camuflar su propio miedo escénico (y sé
de lo que hablo, porque llevo 25 años subiéndome a escenarios o
poniéndome detrás de mesas para leer, y cada vez sigo estando
tan nervioso e inseguro como la primera, y se me seca la boca, y
me equivoco a veces, en fin, que nada de eso me es ajeno ni se
me escapa cuando lo veo en otros colegas de vocación o de
oficio o como prefiráis llamarlo). Repito, la impresión literaria fue
también positiva o bastante positiva en ese primer contacto,
pero fue mucho mejor incluso cuando tuve en las manos este
ejemplar del libro, que ella dedicó al Diván en aquel acto, y no ha
dejado de crecer desde entonces...
Ángel Paniagua
Precioso texto. Ángel. Preciosa semblanza, Noelia. P. Larkin.
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