Sabe Dios que los erizos
también tienen manos.
“La quiromancia, á nuestros ojos,
es una ciencia; pero hemos procurado hacer una quiromancia práctica, dándole un
sello particular al aplicarla a la vida…”.
Así acaba. La quiromancia… sello particular… vida… La quiromancia…, dice. La quiromancia…, versa. La quiromancia… mancia… cia… a… Y oigo
en mi cabeza esa palabra como un eco.
Repaso el texto, por encima de
mis gafas (quizá algo sucias), que se ha extraído de no sé qué libro que
tenemos que averiguar. Lo repaso, digo, y detecto, como un radar, algunas
palabras que me sugieren algo, que me dan pistas (o eso creo yo). Plinio… Aristóteles… Más abajo, algo de la Edad Media, Paracelso… En el segundo
párrafo, M. Constant, Arpentigny y un
tal Desbarrolles. Bajo, y sigo
leyendo: la palma de la mano, ciencias
ocultas, espiritismo, cábala… Casi
al final, cráneo, cara y mano. Y
sigue con un ordenar los fenómenos
sobrenaturales… bla bla bla.
Yo leo, pero no puedo sacar
conclusiones. No sé de dónde se ha sacado este texto. Parece un tratado de
quiromancia, sí, pero no me lo creo: hay gato encerrado. No puede ser tan
fácil. Vuelvo al papel fotocopiado: quiromancia…
La quiromancia es una ciencia… Yo, en mi mundo interior, ese que conversa mediante
una voz en off con nuestro Yo más cercano (el que mejor conocemos), sigo con
mis disertaciones, mi búsqueda de una respuesta certera a la pregunta “de dónde
se ha extraído este fragmento”.
Y sólo se me ocurren un par de
cosas: una, la palabra “mano” en griego. Quiromancia viene del griego, de χείρ, χείρos. Mano, mano… quiromancia… Sobre
adivinar el futuro, o el destino, a través de las manos, de las líneas de las
manos… La mano. Las manos. La segunda conclusión tiene que ver con la primera.
Las manos.
Las manos de aquella mujer son
preciosas. No, nunca se lo he dicho. No por vergüenza, sino porque nunca he
visto el momento oportuno. Las manos. Son preciosas, cómo las mueve, cómo pasa
las hojas del libro, cómo se aparta el pelo en un segundo minucioso, cómo se
coloca bien las gafas… Mueve las manos mientras habla, las posa en la mesa,
coge la hoja donde está grabado este texto que no sé de dónde sale, miro sus
manos, sus finos dedos… Me doy cuenta de que ese mismo día, mientras repartía
los folios, lo pensé. Antes de saber que el texto de quiromancia llegaría a las
mías.
Me encantan sus manos. Del griego χείρ, χείρos… No consigo saber con exactitud de dónde ha
sacado este texto (pasando hojas con esas manos, y no otras), buscando en un
libro desconocido qué fragmento extraer sobre quiromancia… Pero es que esas
manos me encantan, como las de Mª Ángeles, una amiga (profesora de griego) que
tiene también unas manos preciosas, de dedos largos y finos. Y siempre, cuando
la veo moverlas, se lo digo: “Me encantan tus manos, cómo las mueves”.
Tratado de quiromancia… No, demasiado
fácil, no puede ser un tratado de quiromancia… ¿Novela? No sé, podría. Pero yo
sólo observo de reojo sin que me vea ella esas manos cogiendo el boli, haciendo
preguntas tipo Watson a su círculo de lectores-investigadores, agarrando el
folio. La gente habla, opina, y yo también, porque el tema me tiene intrigado.
Pero, lo reconozco: no dejo de mirar esas manos, sujetando la hoja que habla de
quiromancia, y vuelvo a pensar en Mª Ángeles y sus manos, de dedos largos y
finos, como los que tengo delante, sujetando la hoja que habla de quiromancia,
del griego χείρ, χείρos… Dejadme en paz, pienso; callad, por dios, ¡callad!, necesito silencio un momento sólo, sólo unos
segundos de silencio para mirar un poco más esas manos y poder concentrarme
entonces ya en serio en el texto, y responder a sus preguntas, a las
inquisiciones que nos hace…
Pero no puedo, no se callan, no hay
silencio que me otorgue paz. No puedo hacer estas dos cosas a la vez. Vale, está bien: me rindo, de acuerdo. Habéis
ganado. Me concentro en el texto que trata de manos, y doy mi opinión, y me
equivoco (o al menos, no me convence lo más obvio, que era lo correcto): es un
puñetero tratado de quiromancia, sacado del inicio de un tratado de
quiromancia… Quiromancia.
Reímos, cogemos el libro que ella (con
sus manos) ha sacado de una bolsa. Me siento como al final de una película de Hitchcock:
tonto, por no haber sabido llegar a la conclusión certera, lo que era más
evidente. Lo fácil.
Con sus manos, de largos y finos
dedos, nos vuelve a pasar otro texto (éste sobre crítica musical). Prometo
concentrarme, intentar averiguar de dónde lo ha extraído. Primero, pregunta al
grupo quién lo lee en alto. Una chica de mi derecha se lanza. Y comienza a
leerlo: “En lenguaje corriente –cuyo testimonio el historiador…”. Y me quedo un
momento intentando asociar esa voz a una cara que conozco. Esa voz me suena. Y sigue: “… puede contar, sin embargo, entre la
música mala…”. Sí, ya sé a quién se
parece la voz de esta chica. Tiene la voz como Mª Ángeles, igual, el mismo
timbre... Sí, la voz que me llega a los tímpanos es como la de mi amiga de
griego, esa que tiene unas manos preciosas, como las manos que extrajeron este
texto de un libro de crítica musical, y el anterior de un tratado de
quiromancia… Quiromancia, del griego χείρ, χείρos… Me doy
cuenta de que todo esto a lo mejor tiene que ver también con el destino, no sé,
o es una casualidad. Me da igual: mis ojos vuelven a enfocar en primer plano
esas manos.
Y vuelvo, como en una ring composition, al principio: a sus
manos, al ceir, ceiros… Y no consigo concentrarme tampoco
en este texto.
*Primera actividad realizada en el Taller de Creación Literaria del Aula de Poesía (2012-2013).
Agradecida a Isabelle García Molina por sus enseñanzas, su insistencia, su severidad cuando me lo merecía y su magnífico sentido del Arte. Gracias. Y sé que en esto mis compañeros están de acuerdo.
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