Era julio y hacía calor.
De aquello, apenas dos años
y miles parecen.
Chapoteabas sobre la mesa de lagartija
y yo, ajena aún a todo, me fijé
en
tus colores,
en las paredes de esa casa vuestra,
en tus collares y ojos de sirena.
Me sonreíste.
No sé si yo
-ya me conoces- correspondí
a tu
gesto.
Pero desde ese día,
como las raíces más profundas,
te instalaste aquí, en el costado,
muy cerca de eso que llaman alma.
Abarcaste mi tuétano con una risa
constante,
y todo lo que a ti en torno estaba
pureza se volvió.
Eres -lo sabemos todos-
la brisa que alivia el agosto,
la guinda vistiendo la tarta,
la nota exacta en ésta,
nuestra
partitura.
24-6-2013
Muchas gracias Noe. Es un poema muy bonito... Mira que había conseguido no llorar, al menos no llorar a moco tendido... Un abrazo
ResponderEliminarTe mereces eso y más... snif snif. Te quiero, Tortuga!
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