Es curioso cómo justo en el momento
en que entramos en el coche,
después de haberte rozado la mano
al coger la maleta,
empezaste tú a tutearme,
como si todo hubiera cambiado,
como si hubieran pasado años
de nuestro primer encuentro en el aeropuerto.
Y la conferencia tuya de después
trajo consigo un sinfín de juegos,
creando sin quererlo la expectativa de una noche infinita,
en un hotel de lujo pagado por tu empresa,
en la moqueta de una habitación
regada de alcohol y gritos,
como el preludio a una madrugada hambrienta
que le siguió.
© Carolina Illán Conesa
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