Reconozco a veces mi vida en algunos sitios.
Me siento a mirar y todo resulta abismo o perfecta
realidad.
En la plaza de las Mezquitas
sé que estuve paseando con mis nietos,
y me perdí en las calles del Bazar.
En Nueva York, aún tengo ropa en la tintorería que
recoger.
Paseo por el barrio de la estación en Roma
y veo caras conocidas, tratos familiares.
Otras veces, sólo soy real en Cartagena.
Y esa sensación me asfixia.
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