El reloj avanza hacia la media noche
despacio.
El vino de Sauvignon fluye como la sangre.
Notre Dame palpita y sufre el amasijo de carne
sedienta de noche.
Miro por la ventana y sólo hay un triste patio de luces
que parece llamarme al vacío.
En París no existe el vacio. Siempre nos quedará París... como decían en Casablanca...
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