Ese mármol hecho carne,
sus dedos gruesos clavados en el muslo,
y la otra mano agarrada a su cintura
casi haciendo palanca contra los huesos de la cadera
para evitar el escape.
Ella grita y se retuerce en escorzos,
se desespera entre los brazos de su monstruo.
Llama a su madre (a unos cientos de kilómetros de su
infierno)
que la busca por fuertes y fronteras sin esperanza.
Nadie acude.
El secuestrador se aferra a la piel y la hace suya.
Funde los callos de su mano (tratar a los muertos en el
Inframundo
es un trabajo muy duro) con la sutileza
de la carne joven y dorada.
Pensó que ella se resistiría más,
pero a los pocos días (unos diez o así)
a la niña le empezó a gustar vivir con el soberano del Leteo
(que la hizo soberana, como es lógico)
y prefirió quedarse seis meses más bajo tierra.
Le tomó gusto al trono y se cubrió de joyas.
Cambió sus viejas telas por ricos ropajes.
Se acostaba a la hora que quería
y tenía plena libertad, lejos de su cansina y protectora
madre.
Porque, al fin y al cabo, no se vivía tan mal allí abajo,
con su apasionado raptor,
que la hacía sentir la chica más sexy del mundo.
Fotografía de Carmen Marí.
Sabes? Ese lugar en el que trabajas ahora tiene algo... Algo te cambia por dentro para siempre... Te muerde... Te lo digo para que lo sepas... Será el viento, o la luz, el olor del mar, la cercanía de los flamencos.
ResponderEliminarMe dan ganas de pasar medio año bajo tierra...
ResponderEliminarMe gustan mucho ciertos comentarios...
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