Ese mármol hecho carne,
sus dedos gruesos clavados en el muslo,
y la otra mano agarrada a su cintura
casi haciendo palanca contra los huesos de la cadera
para evitar el escape.
Ella grita y se retuerce en escorzos,
se desespera entre los brazos de su monstruo.
Llama a su madre (a unos cientos de kilómetros de su
infierno)
que la busca por fuertes y fronteras sin esperanza.
Nadie acude.
El secuestrador se aferra a la piel y la hace suya.
Funde los callos de su mano (tratar a los muertos en el
Inframundo
es un trabajo muy duro) con la sutileza
de la carne joven y dorada.
Pensó que ella se resistiría más,
pero a los pocos días (unos diez o así)
a la niña le empezó a gustar vivir con el soberano del Leteo
(que la hizo soberana, como es lógico)
y prefirió quedarse seis meses más bajo tierra.
Le tomó gusto al trono y se cubrió de joyas.
Cambió sus viejas telas por ricos ropajes.
Se acostaba a la hora que quería
y tenía plena libertad, lejos de su cansina y protectora
madre.
Porque, al fin y al cabo, no se vivía tan mal allí abajo,
con su apasionado raptor,
que la hacía sentir la chica más sexy del mundo.
Fotografía de Carmen Marí.
http://www.carmenmari.com/Carmen_Mari/Personal.html