jueves, 27 de junio de 2013

DEL GRIEGO χείρ, χείρos





 Sabe Dios que los erizos 
también tienen manos.




“La quiromancia, á nuestros ojos, es una ciencia; pero hemos procurado hacer una quiromancia práctica, dándole un sello particular al aplicarla a la vida…”.

Así acaba. La quiromancia… sello particular… vida… La quiromancia…, dice. La quiromancia…, versa. La quiromancia… mancia… cia… a… Y oigo en mi cabeza esa palabra como un eco.

Repaso el texto, por encima de mis gafas (quizá algo sucias), que se ha extraído de no sé qué libro que tenemos que averiguar. Lo repaso, digo, y detecto, como un radar, algunas palabras que me sugieren algo, que me dan pistas (o eso creo yo). Plinio… Aristóteles… Más abajo, algo de la Edad Media, Paracelso… En el segundo párrafo, M. Constant, Arpentigny y un tal Desbarrolles. Bajo, y sigo leyendo: la palma de la mano, ciencias ocultas, espiritismo, cábala…  Casi al final, cráneo, cara y mano. Y sigue con un ordenar los fenómenos sobrenaturales… bla bla bla.

Yo leo, pero no puedo sacar conclusiones. No sé de dónde se ha sacado este texto. Parece un tratado de quiromancia, sí, pero no me lo creo: hay gato encerrado. No puede ser tan fácil. Vuelvo al papel fotocopiado: quiromancia… La quiromancia es una ciencia… Yo, en mi mundo interior, ese que conversa mediante una voz en off con nuestro Yo más cercano (el que mejor conocemos), sigo con mis disertaciones, mi búsqueda de una respuesta certera a la pregunta “de dónde se ha extraído este fragmento”. 


Y sólo se me ocurren un par de cosas: una, la palabra “mano” en griego. Quiromancia viene del griego, de χείρ,  χείρos. Mano, mano… quiromancia… Sobre adivinar el futuro, o el destino, a través de las manos, de las líneas de las manos… La mano. Las manos. La segunda conclusión tiene que ver con la primera. Las manos.

Las manos de aquella mujer son preciosas. No, nunca se lo he dicho. No por vergüenza, sino porque nunca he visto el momento oportuno. Las manos. Son preciosas, cómo las mueve, cómo pasa las hojas del libro, cómo se aparta el pelo en un segundo minucioso, cómo se coloca bien las gafas… Mueve las manos mientras habla, las posa en la mesa, coge la hoja donde está grabado este texto que no sé de dónde sale, miro sus manos, sus finos dedos… Me doy cuenta de que ese mismo día, mientras repartía los folios, lo pensé. Antes de saber que el texto de quiromancia llegaría a las mías.


Me encantan sus manos. Del griego χείρ,  χείρos… No consigo saber con exactitud de dónde ha sacado este texto (pasando hojas con esas manos, y no otras), buscando en un libro desconocido qué fragmento extraer sobre quiromancia… Pero es que esas manos me encantan, como las de Mª Ángeles, una amiga (profesora de griego) que tiene también unas manos preciosas, de dedos largos y finos. Y siempre, cuando la veo moverlas, se lo digo: “Me encantan tus manos, cómo las mueves”.

Tratado de quiromancia… No, demasiado fácil, no puede ser un tratado de quiromancia… ¿Novela? No sé, podría. Pero yo sólo observo de reojo sin que me vea ella esas manos cogiendo el boli, haciendo preguntas tipo Watson a su círculo de lectores-investigadores, agarrando el folio. La gente habla, opina, y yo también, porque el tema me tiene intrigado. Pero, lo reconozco: no dejo de mirar esas manos, sujetando la hoja que habla de quiromancia, y vuelvo a pensar en Mª Ángeles y sus manos, de dedos largos y finos, como los que tengo delante, sujetando la hoja que habla de quiromancia, del griego χείρ,  χείρos… Dejadme en paz, pienso; callad, por dios, ¡callad!, necesito silencio un momento sólo, sólo unos segundos de silencio para mirar un poco más esas manos y poder concentrarme entonces ya en serio en el texto, y responder a sus preguntas, a las inquisiciones que nos hace… 


Pero no puedo, no se callan, no hay silencio que me otorgue paz. No puedo hacer estas dos cosas a la vez. Vale, está bien: me rindo, de acuerdo. Habéis ganado. Me concentro en el texto que trata de manos, y doy mi opinión, y me equivoco (o al menos, no me convence lo más obvio, que era lo correcto): es un puñetero tratado de quiromancia, sacado del inicio de un tratado de quiromancia… Quiromancia.


Reímos, cogemos el libro que ella (con sus manos) ha sacado de una bolsa. Me siento como al final de una película de Hitchcock: tonto, por no haber sabido llegar a la conclusión certera, lo que era más evidente. Lo fácil.

Con sus manos, de largos y finos dedos, nos vuelve a pasar otro texto (éste sobre crítica musical). Prometo concentrarme, intentar averiguar de dónde lo ha extraído. Primero, pregunta al grupo quién lo lee en alto. Una chica de mi derecha se lanza. Y comienza a leerlo: “En lenguaje corriente –cuyo testimonio el historiador…”. Y me quedo un momento intentando asociar esa voz a una cara que conozco. Esa voz me suena. Y sigue: “… puede contar, sin embargo, entre la música mala…”. Sí, ya sé a quién se parece la voz de esta chica. Tiene la voz como Mª Ángeles, igual, el mismo timbre... Sí, la voz que me llega a los tímpanos es como la de mi amiga de griego, esa que tiene unas manos preciosas, como las manos que extrajeron este texto de un libro de crítica musical, y el anterior de un tratado de quiromancia… Quiromancia, del griego χείρ,  χείρos… Me doy cuenta de que todo esto a lo mejor tiene que ver también con el destino, no sé, o es una casualidad. Me da igual: mis ojos vuelven a enfocar en primer plano esas manos.


Y vuelvo, como en una ring composition, al principio: a sus manos, al ceir, ceiros… Y no consigo concentrarme tampoco en este texto. 





*Primera actividad realizada en el Taller de Creación Literaria del Aula de Poesía (2012-2013).
Agradecida a Isabelle García Molina por sus enseñanzas, su insistencia, su severidad cuando me lo merecía y su magnífico sentido del Arte. Gracias. Y sé que en esto mis compañeros están de acuerdo.



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