No
necesitas las manos, como las serpientes.
Y
te deslizas, haciendo creer a los demás que no te enteras de nada.
Pero
tu mirada de reojo te delata. Ssssssserpiente…
Eso
te lo dije cuando nos cruzamos en el patio, y te ibas a no sé dónde.
Te
vi sin reproches. Me abrasaste la piel con un abrazo.
“No
seas alimento de zafios”. No te eches a perder; se vive así, y se muere.
Luego
te mandé un mensaje y te desperté de tu siesta. Jódete. (…)
Te
tengo delante y no sé si siento odio o qué.
Siempre
me siento en la parte de atrás del coche
para
observarte y conservar el recuerdo mejor en mi memoria.
Es
verdad que tu cuello es lo que mejor tengo presente.
Todo
no vuelve. Como dice Coleridge,
“¡Oh,
ruiseñor! ¿Qué quieres decirme? ¿Es alegre, o es triste?”.
Hoy
no estoy de humor, y espero tu llegada.
Pero
eres demasiado encantador y caeré.
Me
parece todo un error: sucede cuando te sales del camino. (…)
La
noche fue un desastre. Nos odio.
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