Y llego, y me abres la puerta.
Saludo un momento y subimos.
Tenemos demasiada prisa, casi ansia.
Subamos, pronto.
Ya el polvo de la entrada habla de
nosotros.
Un paraguas, un cuchillo, una caja.
Todo es sucio. Sucio.
Está corrupto.
La baranda de la escalera me deja su
huella,
pesada y doliente
(y yo a ella),
y el pasillo me espera como si fuera
una pena capital.
Sigo caminando, ya casi sin ropa,
y tus manos entonces me rodean;
me tumbas, me besas, me excitas,
me muerdes, me miras.
Cucarachas, luz azul, ceniza.
Espejos.
Todo es sucio.
Todo es sudor, y saliva, y lágrimas,
y huele a plástico quemado,
a pena, a echar de menos, a no volver
aquí,
a sucio.
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