CAUTIVO POR UN DIA

Lo recoge en un coche blanco una chica muy simpática

que le da dos cartones de tabaco para pasar el fin de semana.

Lo trata de usted. Fuma y sube al coche.

El peor copiloto: ausente de la carretera,
con la mirada perdida (o no tanto)

siguiendo con sus ojos de animal malherido a la gente cruzar

o los semáforos ponerse en verde.

Vuelve a preguntar por su tabaco.

No se preocupe; está en su maleta.

Tira el cigarro por la ventanilla y enciende otro de nuevo.

Paran. Sin despedirse de su acompañante, entra en el teatro.

            ¿Pero yo dónde me siento?,
pregunta constantemente a todo el mundo.

Delante, con nosotros (todo con mucho respeto y admiración)

          ¿Pero entonces no me siento en el escenario?

Bueno, si lo prefieres, sube, sí, por qué no. Mejor: que te vean.

Vale, vale, me siento abajo, no subo… Pero ¿se puede fumar?

Antes del espectáculo, dan un paseo.

Almuerzan en un café, y reina el silencio. Y el whisky.

Sólo alguna intervención pasajera.

       ¿Ese verso es mío? No lo recuerdo. Vamos de libros.*

Leopoldo, ¿has leído a Gioconda Belli? No contesta.

Compra dos o tres libros y pagan sus anfitriones.

El espectáculo queda perfecto, con su ausencia como telón de fondo.

De nuevo, al coche: a ver si organizamos pronto otra, ¿eh?

       Venid a por mí y organizamos algo, si me escuchan.

       Hasta el siguiente golde de estado, dice.*

       Abren la verja y el errante pasa a su jaula.

Mira a su petit comité y se aleja diciendo:

No soy yo el que está entre rejas. Sois vosotros.

*Los versos señalados han sido escritos en colaboración con Antonio García, el comandante desarmado.